lunes, 28 de febrero de 2011

Be water my friend

 

Si tuviera que resumir en pocas palabras lo que han supuesto para mí estas prácticas podría recurrir a la famosa y televisa alocución de Bruce Lee en la que nos anima a fluir con el entorno, a adaptarnos al contexto, a ser uno con el medio y sacar al exterior todo el potencial que llevamos en dentro.

Del mismo modo, mis prácticas escolares se han caracterizado por este constante fluir con el grupo. A lo largo de las semanas me he visto en la necesidad de fundirme con todos y cada uno de mis alumnos. Gracias a ello he podido extraer el máximo potencial educativo de las situaciones escolares vividas en el cole. Y la experiencia ha sido fantástica.

A lo largo de los días he ido sufriendo una particular metamorfosis. Compaginar estudios y trabajo nunca ha sido fácil para mí. Formarme como maestro implica mucho más que adquirir unos determinados conocimientos más o menos específicos relacionados con la educación. Implica, como no puede ser de otra forma, cambiar la actitud frente a la vida, frente a los problemas y dificultades. Ver el mundo en positivo (que no de color de rosa). Supone conocer, valorar, sentir y hacer propia la dimensión emocional del magisterio y llevarlo a tu vida privada para que impregne y empape todos los ámbitos de tu existencia, todas tus acciones.

Precisamente por todo ello, cuando asumí como propio el reto de ser maestro sabía que el tránsito hacia esta profesión supondría plantarle cara a la vida con los mismos argumentos y actitudes con las que uno se enfrenta (admitamos ocasionalmente este término como válido) al grupo aula. Por muchos problemas que me pudiera causar. Así pues, mi contexto laboral ha determinado y condicionado mi forma de ver y entender la realidad del magisterio.

Por otra parte, mis responsabilidades familiares y mi recién estrenada paternidad, ha supuesto un potente acicate que sistemática y repetidamente golpea mi conciencia y mi corazón impulsándome en cada paso, cada sendero que tengo que recorrer. Tener este hijo me ha puesto en la necesidad de acercarme al magisterio no solo bajo un interés profesional, sino como la mejor herramienta a mi alcance para formarme y aprender a ser un buen padre.

Por todo ello, al contrastar mi contexto personal con el ámbito educativo en el cual he trabajado me ha ayudado a reconocer que si una palabra resume a la perfección lo que han sido estas semanas (y yo incluiría estos tres años de estudios universitarios) es el término EVOLUCIÓN.

Día a día, por momentos, conscientemente en una ocasiones y más disimuladamente en otras he ido convirtiéndome en agua y me he ido adaptando al recipiente, al envoltorio que mis chavales han ido modelando con sus manos. El proceso ha sido espectacular. Poco a poco sus gestos, sus miradas, sus acciones han ido modulando la manera de ver la realidad. La dimensión afectiva que se establece entre alumnado y profesor me ha servido de palanca, de punto de apoyo sobre el que construir el resto de mis prácticas. La escuela es algo más que cuatro paredes y un tejado... Son los niños y niñas que viven y aprenden en su interior los que día a día construyen  no solo su propio aprendizaje, sino el nuestro (el de sus maestros y maestras). Son los auténticos protagonistas de esta historia. 

Os puedo asegurar que más he aprendido yo de ellos en estas semanas que ellos de mí.

Y este cambio, esta evolución, esta metamorfosis, actúa sistemática y contundentemente en la raíz del problema: ¿cómo llegar a ser un buen maestro?

Me resulta curioso comprobar cómo lo que antes me suponía un problema ahora no es más que algo anecdótico o singular. Cuando eres agua y fluyes con el grupo fijas tu foco en lo realmente importante. No te preocupan tus problemas, o las dificultades que te encuentras en el aula. La realidad escolar se ve desde otra perspectiva desde la que todo es posible y realizable. Ya no importa tanto el contenido que uno debe impartir, sino como lo impartes. Llegados a este punto, cualquier actividad, cualquier materia se convierte en un mundo fantástico que hay que descubrir en compañía de tus alumnos.

Ellos aprenden y disfrutan. Tú eres feliz. Y entre todos construimos un futuro más prospero y prometedor.
Como dijo Bruce Lee en una ocasión: Be water my friend.

viernes, 25 de febrero de 2011

Crónica de una despedida anunciada...

Hoy es uno de esos días en los que a priori no se me ocurre ningún argumento potente sobre el que reflexionar. La mañana ha transcurrido con su agitada normalidad. Las rutinas, las tareas, las carreras y el alboroto en las aulas ha sido el de todos los días. Quizás el bullicio y nerviosismo ha sido algo más intenso por encontrarnos a las puertas de otro largo fin de semana. Los chavales estaban emocionados y contentos, deseosos de que fueran las dos y media de la tarde para irse a sus quehaceres, prepararse para ir al pueblo con sus padres, bajar de compras a la Ciudad, jugar con los amigos en las eras del pueblo o simplemente estar en casa con sus familias.

El caso es que hoy ha sido uno de esos días en los que se puede saborear el dulzor de la docencia. Es como una suave brisa veraniega que te alcanza sin apenas darte cuenta pero que te hace disfrutar de todo el placer de las tardes estivales. Así me siento hoy. Ya no pienso en tareas, ni castigos, ni en corregir deberes, ni en cuidar mi voz al impartir clase, etc. todo, surge de forma natural y espontanea. Y el lento e inexorable devenir de las sesiones va fluyendo calmada y relajantemente de una actividad a otra, de una propuesta a otra. ¡ Es un placer vivir así !

 Al final me he encontrado con el grupo, y lo más importante, ellos me han encontrado a mí. Me quieren y me respetan, me lo dicen, incluso alguno busca mi mano, mi mirada de complicidad, regalándome sonrisas de cariño, palabras de afecto que van directas a mi corazón. Todos sabíamos que llegaría el día en el que me tendría que ir, pero hoy, a las puertas de ese momento, todos desearíamos poder seguir muchas mañanas más. Aprendiendo cosas nuevas, compartiendo consejos y recomendaciones, formándonos en valores, descubriendo lo que realmente significa el respeto, la tolerancia, la amistad. Miles son los contenidos que los maestros debemos enseñar.

Hoy mis niños se han echado en mis brazos buscando mi cariño. Saben que me voy a ir, saben que ya no estaré mucho más tiempo entre ellos. Y a mí me han convertido en el maestro más feliz del mundo. Sus inquietas cabecitas se han propuesto regalarme un mural de dibujos, elaborado con sus jóvenes e inexpertas manos y repleto de garabatos, recortes y adhesivos. Incluso alguna "be" aparecerá por "uve". Pero no me importa, para mí es gloria bendita. Querían guardarlo en secreto, que fuera una sorpresa. Pero la emoción les puede y quien más quien menos corre alocadamente a contarme el secreto que tan celosamente guardan, entre los gritos y las arengas de sus compañeros, que les interpelan para que controlen sus corazones inquietos.


Hoy ha sido el comienzo de una muerte anunciada, la crónica de una despedida. Hoy he sentido pena y frustración por tener que dejar tanto y tan bueno. Hoy he sido feliz en el aula, con mis niños y niñas. Hoy me han dejado ser maestro. Gracias a todos ellos por todo lo que he aprendido y disfrutado a su lado.

No sé que más contar. El próximo lunes volveremos con la rutina. Con los exámenes de tablas, el concurso de números, las dramatizaciones de lengua, la sala de informática, el bibliobús, los recreos en el aula castigados por no hacer las tareas, las risas y carreras por los pasillos, etc. El lunes volveré a darles clase de mate, de lengua, de cono o de lo que sea menester. Pero el lunes, al igual que durante el día de hoy, todos volveremos a sentir ese dulzor amargo de las despedidas anunciadas.

Como le dije a mi tutora antes de marcharnos a casa... Si me dejaran venir, vendría hasta gratis porque el auténtico valor de este trabajo no es la paga mensual, sino las toneladas de emoción, cariño y felicidad que uno obtiene de sus alumnos. Os puedo asegurar que el que ha probado esta miel no quiere otro manjar.

jueves, 24 de febrero de 2011

!! Vayamos por partes ¡¡ dijo el forense...

¿Cómo se sentirían ustedes si al llegar a su trabajo se encuentran con que les han cambiado de departamento? Se tienen que hacer cargo de otra sección de la que desconocen todas sus características. Cuando menos, se sentirán incómodos y desconcertados, ¿verdad? Pues algo parecido sentí yo esta mañana cuando en un cambio de clase me asomé por el aula de 1º a ver por qué había tanto jaleo y me encontré con mi tutora, que me pidió que hiciera el favor de quedarme “un rato” con el grupo hasta que llegase el profesor/a encargado de impartir la siguiente clase.

Cuál fue mi sorpresa cuando pasados diez minutos por allí no apareció nadie. Pasaron otros diez y todo seguía igual. Pasaron otros diez y lo mismo... Bueno, que aún estoy esperando a que venga el profesor encargado de ese grupo. Posteriormente, en el recreo me acerqué a dirección para mirar el tablón de sustituciones. Quizás, por un despiste mío, esa hora me tocaba sustituir a un compañero/a. Pero no. Mi nombre no estaba por ninguna parte. En su lugar, "Manolita" aparecía como la maestra encargada de impartir esa clase. Pero "Manolita" nunca pasó por clase.

Así pues, de esta forma tan particular es como mis prácticas escolares se usan en el Centro para cubrir permisos de compañeros que por circunstancias personales no pueden asistir a su puesto de trabajo. Siendo honrado, he de reconocer que son situaciones puntuales, pero que en cualquier caso representan un modelo, una forma de entender la organización y la gestión escolar.

Además y para colmo de mi paciencia, esta mañana me fue imposible impartir mi sesión de matemáticas a mi grupo de referencia por las constantes y repetidas interrupciones que causaba otro compañero con sus constantes  incursiones en clase. Entra y sale, entra y sale, entra y vuelve a salir, y así hasta la eternidad. No os podéis ni imaginar lo molesto y complicado que es tratar de explicar a un grupo las multiplicaciones con llevadas mientras otro maestro/a pulula por el aula interpelando a unos, pidiendo el cuaderno a otros, entregando notas al resto, etc. Si ya es difícil captar la atención del alumnado durante cierto tiempo seguido, con otra persona en el aula, cortando e interrumpiendo cada cinco minutos la tarea se convierte en misión imposible.

El caso es que esta mañana terminé mi jornada desquiciado y sorprendido por la particular forma de gestionar los asuntos relativos a la organización escolar.

Y no lo digo por mí, que sé que mi cometido es ser capaz de adaptarme a las circunstancias del contexto y hacer mi trabajo con la mayor profesionalidad y eficiencia posible. Y de hecho así lo hice. Lo digo por el alumnado. Pienso en los críos, en los niños y niñas que ven atónitos un desfile de maestros por el aula el día que por motivos justificados falta su tutora.

¿Cómo podemos pedir a esos niños que estén atentos e implicados en la tarea si son los primeros que perciben que algo no funciona como el resto de los días? ¿Cómo podemos exigir al alumnado que se respete si nosotros mismos, los maestros, somos incapaces de respetar el trabajo de nuestros colegas? ¿Cómo es posible que nadie me informase de que debía cubrir a una compañera? ¿Qué contenidos tenía que darles?, ¿hacemos tareas?, ¿corregimos ejercicios?, ¿explicamos materia?, ¿toca mates o nos vamos al aula de informática?.. Mejor hacemos un dibujo.

Nadie se acercó por allí para indicarme por dónde se llegaban en el temario. Nadie me indicó si estábamos en mates o en religión. Tan solo estaba allí, esperando a que el maestro responsable del grupo se acercase por el aula. ¿No se merecen esos niños un sistema educativo que garantice la calidad de la enseñanza que reciben? ¿Qué responsabilidades podemos pedir a la dirección de un Centro que se ve obligado formar a sus alumnos con menos recursos de los necesarios? ¿Por qué las administraciones educativas no dotan de profesorado suficiente a los centros para cubrir este tipo de contingencias?

 Si mi hijo estuviera en esa aula no me gustaría que sufriese tal descontrol organizativo. Los forenses, profesionales serios, ordenados y metódicos suelen decir que es fundamental ir por partes.. Si no, vaya caos, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no podemos gestionar mejor nuestras escuelas?, ¿porqué entendemos como normal que sea el maestro en prácticas el que haga las sustituciones que nadie quiere hacer?

Y respecto al otro particular... creo que no es la primera vez que comento en este foro lo incómodo y desagradable que es que interrumpan constantemente tu trabajo. No voy a insistir más.

Así pues, tenemos lo que nos merecemos. Nosotros los maestros somos los primeros interesados en evitar que estas situaciones se repitan. Debemos ganarnos el respeto de la sociedad, al igual que debemos ganarnos el respeto y el cariño de nuestro alumnado. No se trata de hacer, sino de saber hacer, y sobre todo, de saber por qué se hace.

A lo largo de estas semanas he pasado por multitud de situaciones escolares que me han ayudado a acercar mi visión de la escuela a la realidad del día a día. He comprobado cómo el peso de la costumbre permite que determinados modos de proceder se acepten como normales, que la rutina convierta en norma principios que están diametralmente opuestos a los principios pedagógicos y didácticos más elementales. He disfrutado de cada momento, de cada sonrisa, de cada historia. Todo ello compensa y gratifica por los sinsabores de otros momentos. La Escuela somos todos los que formamos parte del ámbito educativo y somos los más interesados en que nuestro trabajo responda a las expectativas creadas.

Construyamos entre todos una Escuela a pie de calle, pegada a la realidad de cada día, pero que esté bien gestionada. Seamos como los forenses y vayamos por partes.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Yo soy

Como bien sabéis no es la primera vez que os hablo de los seminarios de seguimiento que vamos cursando todas las semanas. Estos están pensados, propuestos y diseñados desde la Escuela Universitaria. En ellos, tratan de hacernos entender que la educación y el magisterio está sujeto a determinadas claves y variables que se alejan de lo racional y objetivo y están fuertemente enraizadas en la dimensión emocional y afectiva de las personas.

Cada semana hacemos una práctica donde lo emocional, lo vivencial, es el nexo que enlaza nuestra experiencia escolar semanal en las aulas con las emociones y sentimientos que allí hemos descubierto. Así nos hacemos conscientes de todo lo que sucede en nuestro interior y podemos emplear todo este potencial interior en ser mejores maestros. Aprender a gestionar las emociones es una fantástica forma de profundizar en nuestra profesión y a la vez es el mejor modo de contactar y empatizar con el alumnado.

Ayer realizamos la tercera de las prácticas. Consistía en relajarse profundamente, cerrar los ojos, ponerse cómodos y repetir una y mil veces la sentencia "Yo soy, yo soy, yo soy...". Una y otra vez, durante todo el tiempo que durase la experiencia, repetitivamente, mientras escuchábamos suavemente una melodía que facilitaba la concentración.  Posteriormente al terminar el ejercicio, debíamos dibujar un círculo en un papel y a modo de quesitos ir haciendo particiones, porciones donde escribir aquello que hemos sentido que somos. Miedos, deseos, emociones, sentimientos, frustraciones, limitaciones, egoísmos, etc. Todas y cada una de las cosas que habíamos sentido durante la tarea.

Curiosamente, si a nuestro "mapa" interior le superponemos el "mapa" de nuestros alumnos, de otros docentes, de otros compañeros, podremos comprobar como todos presentamos las mismas áreas emocionales, los mismos sentimientos, independientemente que el peso de cada una de ellas tenga en la configuración final de nuestra personalidad.

Ayer, salí del seminario radiante y emocionado, pero también sereno, reflexivo y hasta un punto melancólico y visceral. Mil ideas surgían en mi cerebro y de haber dispuesto de boli y papel aún seguiría escribiendo aquella orgía de sentimientos. Quería comerme el mundo, cambiar de actitud, hacer cosas nuevas, arriesgarme a cambiar mi forma de ver la realidad. Sin embargo sentía pena, melancolía, tristeza y hasta dolor. Dejar de ver a mis chavales se me va ha hacer un plato difícil de digerir. La mirada de "Pepita", los gestos de "Manolito", cuando "Josefita" me cogió la mano y me llevó hasta el aula para enseñarme el dibujo que tan felizmente había hecho la tarde anterior. Todo aquello que ahora estaba en mis manos, todo aquello que me llenaba de placer, del placer que dan las cosas que sabes que jamás se van a repetir, en unos días desaparecerá de mi vida y me veré abocado a volver al mundo gris, triste y apagado de mi trabajo habitual.

Ayer tenía muy claro todo aquello que quería escribir, sabía perfectamente que había sentido, con qué lo había relacionado, cómo iba a actuar, en qué iba a cambiar mi vida, mi forma de dar clases, mi realidad escolar.

Ahora, escasas horas después ya no puedo recordar. Tan solo sentir. Solo un tremendo poso queda en mi interior. Un dulce resabio del néctar de la escuela, un rintintin que recorre mi espalda y me dice que ahora sí, que ahora soy feliz, que he encontrado mi camino y ahora sé lo que quiero ser.

Pensar en "Yo soy" fue como construir mi personalidad partiendo de cero, crecer, conocerse a uno mismo, identificar el molde con el que estamos hechos, la pasta que llevamos en el interior. No puedo callarme todo lo que llevo en dentro, debo ser capaz de aprender a enseñar a mis alumnos que ellos también son seres únicos, especiales, irrepetibles, repletos de emociones y sentimientos, de miedos y frustraciones. Debo dejarles crecer y madurar, enseñarles a pensar, a ser críticos consigo mismos, a tener criterio, a generar opiniones y ser consecuentes con sus decisiones.

Solo quien cree en sí mismo es lo suficientemente valiente como para tomar en la vida decisiones acertadas. No hay que olvidar los contenidos actitudinales ya que cada individuo, cada persona es él y sus circunstancias, y estas circunstancias están determinadas por nuestros propios comportamientos y actitudes. Los niños, mis niños, no son más que una extensión de mi mismo, lo que haga con ellos, me lo estaré haciendo a mí mismo. Es como una sinuosa y enorme escalera al interior de uno mismo que todos tenemos que recorrer personal e intransferiblemente. Pero no en solitario, todos merecemos encontrar a alguien que crea en nuestras posibilidades y nos tienda la mano necesaria para crecer y madurar. Todos llevamos dentro el recuero de ese “maestro” que un día mirándonos a los ojos nos enseño cual era el camino.

No quiero hacer una memoria convencional, no quiero ser un maestro convencional. Quiero encontrar mi senda, mi estilo, madurar día a día con cada experiencia, con cada situación, en la escuela, en la vida, como maestro. Y para todo ello, sé que lo emocional y lo afectivo, la dimensión humana, es la clave de esta profesión.

Tan solo espero que mis palabras ayuden a otros a reflexionar y a descubrir en su interior todo lo que lleva en su dentro. Yo Soy... Maestro.

martes, 22 de febrero de 2011

Los 5 fantásticos

No quiero parecer descortés ni burlarme del saber hacer de un compañero. Más si cabe cuando soy consciente del esfuerzo, dedicación y tiempo que está suponiendo tutorizar mi trabajo. Sé que asumir un alumno en prácticas supone un acto de generosidad que ni está recompensado por parte de la administración ni es suficientemente valorado por parte de los estudiantes universitarios. Sin su consejo, su apoyo, su respeto y confianza muchas de las cosas que he hecho en este Practicum no habrían sido posibles. Así pues, vayan de ante mano una vez más mis más sinceras y humildes gracias a Ana, la persona que me está acompañando día a día en mi estancia en la Escuela.

Sin embargo, esta gratitud que con sinceridad me complazco en reconocer  no es óbice para poder formarme y expresar una opinión, un criterio, que en algunas ocasiones no tiene por qué coincidir con las prácticas educativas observadas en clase. Quizás, precisamente por esto, abrir las puertas del aula y permitir que un foráneo entre a ver lo que haces, a estudiar la forma que tienes de trabajar con los niños, conlleva una dosis de riesgo que uno debe asumir. Cuando Ana generosamente me ha permitido estas a su lado debió ser consciente de que voy a ver, a observar, a analizar, todo aquello que hace o deja de hacer con sus alumnos. Lo bueno y lo no tan bueno.

Así pues, después de varias semanas en las aulas empiezo a formarme un criterio, un modelo, una forma de pensar y de proceder que determinará el tipo de maestro que seré en el futuro. Ese conjunto de ideas, opiniones, convicciones o circunstancias determinarán el modelo, el estilo de maestro que seré. Y en ese sentido, hoy se han dado situaciones y comportamientos por parte de mi tutora que, con todos mis respetos y todo mi afecto, ni comparto ni apruebo.

El suceso en cuestión gira en torno a la evaluación del tema ocho de matemáticas que hemos tenido hoy. Personalmente creo que no se puede exigir a unos niños de siete años que dediquen más de tres horas y media a completar un examen de veintiocho ejercicios que contiene en su interior más de setenta sumas o restas grandes (de números de tres cifras). ¡Hasta yo, que soy el maestro, me aburriría si tuviera que estar tanto tiempo sentado, descentrado y sin moverme, haciendo sumas y restas! ¿Qué sentido tiene hacer tanto cálculo, tanto problema, tantos ejercicios?

El alumno que sabe restar y sumar, después de tres horas de esfuerzo será incapaz de distinguir un seis de un tres. Y por otra parte, el niño que no supera el cálculo matemático, hará mal la primera y la última cuenta. Eso si no se cansa y lo deja al tercer intento.

 En cualquier caso la propuesta está, a mi entender (y soy consciente de que soy un simple y humilde aspirante a profesor) está muy alejada de las posibilidades de realización del grupo. No por su complejidad, sino por el exceso de volumen de trabajo al que se está sometiendo a cada niño. Siguiendo los postulados de Lev Vygotski la propuesta está demasiado alejada de la zona de desarrollo potencial del niño. Y fundamento esta reflexión en el hecho de que la mayor parte del alumnado abandonó la tarea en cuanto se dio cuenta que era incapaz de realizar tantas cuentas en el tiempo marcado. Así pues, era curioso observar como alumnos que habitualmente trabajan a buen ritmo y con buenos niveles de descentración desconectaron de la tarea y se dieron al abandono transcurridos sesenta o setenta minutos. ¡Qué lástima!, ¿verdad?

¿Cuál fue la solución buscada por la tutora? alargar el tiempo disponible para que todo el alumnado pudiera acabar el examen. Hasta tal punto que después ocupar la sesión de Conocimiento del Medio y de emplear la sesión de Lengua había alumnos que aún no habían terminado el examen. Estos, cansados, miraban al cielo, se les caía la goma, el lápiz, el cuaderno, el estuche, la ilusión. Algunos se levantaban constantemente, otros querían ir al baño, algunos se ponían a pintar, y otros se tiraban al suelo a jugar con las peonzas. De todo hay en la viña del señor. Al final, los alumnos que seguían sin terminar su examen fueron llevados a otra aula para que pudieran continuar con la tarea.

Y allí estaba yo, sintiendo pudor y tristeza por mis chavales. Solo en el aula, tan solo con los 5 fantásticos que habían sido capaces de terminar este tremendo examen dos horas después de haberlo comenzado. ¿Qué podía hacer yo? Os aseguro que cuando sea maestro, no caeré en este error.

Si dedicamos unos instantes a reflexionar sobre el tema uno puede darse cuenta que esto tiene repercusiones que van más allá de alargar el tiempo de trabajo hasta que todos terminen la tarea.

 En primer lugar resulta obvio que dedicar toda una mañana a hacer un examen es una auténtica exageración. No solo por el volumen de tiempo empleado, sino porque es un tiempo precioso que se podía haber empleado para elaborar otras propuestas, otros aprendizajes. En segundo lugar, estamos inculcando al alumnado una filosofía de trabajo que pondera los resultados inmediatos sobre los aprendizajes experienciales y/o actitudinales. Se busca el resultado, la ficha, la tarea, el ejercicio. ¿Dónde queda el tiempo para la reflexión, la crítica, o la experiencia? En tercer lugar al alejar al niño de su zona de desarrollo próximo le estamos avocando al fracaso, a la desidia, al abandono. Estamos alienando el sentido de los contenidos que queremos enseñar y lo estamos convirtiendo en herramienta de castigo, de rechazo, de repulsa. “¡¡O haces las restas o te castigo!!”, ¿Cómo?Haciendo más restas”. (sería gracioso si no fuese cierto).

Nuestra tarea como docentes debería basarse en ser capaces transmitir un conocimiento al alumnado para que este lo asuma como propio y lo convierta en su propio saber, dentro de un ambiente de afecto emocional, de respeto, de cariño y de trabajo. No podemos dejarnos llevar por la comodidad del resultado inmediato, de la ficha, del cuadernillo. Hay que ir más allá y siendo creativo buscar la mejor forma de acercar el contenido al alumnado sintiendo, gozando, vibrando con aquello que estamos explicando en clase.
Lo triste de esta historia es que al final los maestros estamos construyendo un modelo educativo donde lo que prima son los resultados inmediatos, el consumo masivo de contenidos, la fabricación en masa de estudiantes bien aleccionados y estandarizados listos para sumergirse en una sociedad que valora a sus ciudadanos por el tamaño del coche que conduce.

Yo creo que la Escuela debe ser algo más que un sitio donde tan solo los niños fantásticos, mis cinco fantásticos puedan estar y sentirse felices.

Con todo mi respeto y afecto, creo que esta vez nos hemos equivocado.

lunes, 21 de febrero de 2011

Reflexionando sobre la reflexión

Todos los lunes son complicados. Para nosotros los docentes que comenzamos una nueva semana preocupados por llevar a buen término las expectativas, proyectos y objetivos que nos hemos propuesto y para los alumnos que se deben desenganchar del asueto dominical y volver a la rutina y el trabajo diario. En el ambiente se percibe que unos y otros afrontamos los días que quedan por delante con nerviosismo e ilusión. Quién más quién menos se ha hecho sus planes y todos esperamos poder las jornadas que están por llegar colmen nuestras esperanzas.

Este fin de semana he dedicado tiempo, mucho tiempo a reflexionar sobre todo lo ocurrido la semana anterior. Las decisiones que he tomado condicionan notablemente la planificación de las propuestas de esta semana. Y no solo se trata de poner en práctica lo aprendido durante estas días de prácticas, sino que las nuevas responsabilidades asumidas libre y voluntariamente implican un plus de esfuerzo e ilusión. Estos dos días de descanso los he dedicado a preparar, a planificar, a organizarme y a analizar todos los datos y registros que a lo largo de la semana pasada había ido anotando en mi cuaderno de campo. Tener bien claro lo que pasa en el aula me ha permitido prever qué ocurrirá ante una determinada intervención, y en función de ello establecer las previsiones necesarias para regular la práctica docente.

Corregir el examen de lengua de 2º y el de cono de 6º me ha permitido aproximarme mucho más a la realidad del aula, entendiendo porqué se dan determinados comportamientos y sobre todo, me ha permitido entender no solo las limitaciones o capacidades académicas y cognitivas de cada alumno, sino que he podido entender porqué en el aula "Pepito" es considerado como el líder mientras que "Manolito" es tratado por el grupo como el tonto de la clase. No creo que sea necesario recordar que a estas edades la sensibilidad social y la empatía que muchos alumnos muestran por sus compañeros es casi nula.

Así pues, hoy, a lo largo de la jornada me he encontrado ante varias situaciones educativas que me han ayudado a reforzar mis convicciones personales demostrándome una vez más que en esta profesión cualquier esfuerzo es poco si se quiere disfrutar del placer del éxito. Uno siempre aprende algo en las aulas, siempre se hay cosas por descubrir, por estudiar.

Hoy he comprobado una vez más que es preciso saber adaptarse al contexto y hacer en cada momento lo que uno debe hacer. Qué más da que sea blanco o negro. Si tu alumno se disloca la muñeca y no puede escribir, tú deberás improvisar un examen oral que te permita saber todo lo que él sabe. Es más, siendo inteligente y haciendo las preguntas adecuadas podrás llegar a profundizar mucho más que por los métodos tradicionales de evaluación.


Hoy también me he dado cuenta de lo que podemos llegar a molestar a nuestros propios compañeros maestros. Apurar hasta el último segundo del cambio de clase para repartir tareas, dar indicaciones, echar reprimendas o imponer castigos tan solo sirve para generar estrés y nerviosismo tanto en el alumnado como en el maestro que está esperando para impartir su clase. Creo que debemos ser más respetuosos con nuestros colegas y tratar de no interrumpir sus sesiones cuando consideremos oportuno simplemente por el mero hecho de ser el tutor de un grupo. ¿Cómo vamos a enseñar el respeto y la empatía por el prójimo si nosotros como docentes no lo practicamos con el resto de colegas del Centro?

Por otra parte, hoy me he visto aprovechando cada ratito muerto, cada segundo libre en el aula para hacer simultáneamente mil y una tareas. Corregir exámenes, tomar notas de las tareas, adaptar la siguiente sesión a las particularidades inmediatas del contexto, etc. Soy consciente de que una actitud responsable y trabajadora no solo te facilita la organización y gestión de las cuestiones académicas sino que asumir un ritmo de trabajo constante y exigente facilita que el alumnado avance con mayor facilidad.

Por último, esta mañana he sido testigo de cómo una compañera del centro, responsable de vigilar el recreo, ha aprovechado los primeros instantes de su sesión para reunir a su alumnado y hacerles reflexionar sobre la necesidad de aprender a resolver los conflictos entre ellos de forma ordenada y respetuosa. Eso es algo más que enseñar, eso es formar personas responsables y no meros contenedores de contenidos. A este respecto, considero que desde la Educación Física hay mucho que trabajar ya que disponemos de los medios y los recursos necesarios para enseñar al alumnado a gestionar su juego motor, a establecer estrategias o a resolver problemas entre iguales.

Así pues, nunca es tarde para pararse y recapitular sobre aquello que estamos haciendo en el día a día. Habrá momentos en los que la reflexión inmediata sobre la acción nos permita descubrir aspectos o cuestiones que de no ser así no quedarían suficientemente claras. Por otra parte, también es bueno pararse a pensar, y con la perspectiva que ofrece el paso del tiempo profundizar en reflexiones más pausadas y serenas. Ver la realidad desde la distancia nos ayuda a desvincular los acontecimientos de su carga emocional y permite realizar juicios de valor y análisis más justos y objetivos.

De este modo, hoy lunes, al comenzar esta semana puedo afirmar que me siento feliz y orgulloso del trabajo realizado, y que espero que me quede de prácticas escolares sea tan gratificante y fructífero como lo ya vivido.