Todo lo que hacemos y ocurre a nuestro alrededor condiciona lo que somos en ese momento de la historia y lo que es más importante aún, determina aquello que en un futuro relativamente cercano podremos llegar a ser. Es decir, nosotros mismos somos sujetos activos y pasivos de nuestro propio devenir en la vida. Aquello de que el "prisma" con el que cada uno ve la realidad condiciona su propia existencia, es desde mi punto de vista total y absolutamente cierto.
¿A qué viene esto? Pues simplemente a que releyendo mis notas sobre todo lo que ha ido sucediendo a lo largo de estas semanas de prácticas he llegado a la siguiente reflexión: ¿Se acordarán de mi mis alumnos cuando me haya ido?, ¿me recordarán con cariño, afecto o respeto?, ¿les hubiera gustado estar más tiempo conmigo?, ¿habré sido un buen maestro para ellos?, ¿habrán aprendido conmigo? En definitiva, alguno de ellos llegará a decirme aquello de "No te vayas".
Aunque pueda parecer lo contrario, estas reflexiones no son baladí. Lejos de satisfacer mi orgullo y ego considero que detrás de todas estas cuestiones hay un trasfondo sobre el que es conveniente dedicar un tiempo sereno de reflexión. Aún recuerdo aquél profesor de historia de 2º de bachiller que fue capaz de engancharme a una asignatura tan monótona como extensa. Él y su tremenda pasión por el contenido que impartía fue suficiente para llevarse de calle a todo el aula y captar nuestro interés durante los cincuenta minutos que duraba la sesión. ¡Qué bueno que era explicando los sucesos de la historia?
Como afirma el profesor Santos Guerra en su obra La pedagogía contra Frankenstein (ya os he hablado antes de este fantástica lectura):
Hay profesores que disfrutan y hacen disfrutar y hay profesores que se amargan y amargan la vida de los compañeros y a los alumnos
¿Qué tipo de profesor seré yo?, ¿seré capaz de trasmitir a mis alumnos toda la pasión, toda la belleza, todo el cariño que va implícito en el acto de educar?, ¿se acordarán mis alumnos de mí?, ¿buscarán mi compañía?, ¿querrán que me quede con ellos?
La opinión del alumnado sobre el deseo que tienen de que su maestro se quede o se marche puede ser un buen indicador de la calidad de la acción docente. Y no se trata de que los chavales se diviertan en clase, contigo, se trata de que se sientan a gusto y felices de ser protagonistas de su propia historia, de su propio aprendizaje. Todos los niños quieren aprender, todos. Así pues, si consigo que al menos uno de mis niños me diga "no te vayas" habré conseguido uno de mis principales objetivos en este practicum: ser un buen maestro.
Yo creo que cada niño siente y expresa a su manera su gratitud ante un maestro que le enseña, que le respeta, que le trata con cariño y que le exige aquello que sabe es capaz de hacer y conseguir. Creo que cuando a un maestro realmente le importan sus alumnos este les escucha, les anima, les dedica tiempo, esfuerzo y trabajo. No le importa ser el primero en entrar al aula por las mañanas y el último en abandonarlo. Y su reloj en lugar de marcar las horas registra los avances y progresos de sus muchachos. Ser maestro implica saber pensar, ser creativo, sentir pasión por lo que se hace cada mañana y como recompensa al terminar la jornada sentirse satisfecho por el trabajo bien realizado.

Esta mañana he llevado a mis chavales al aula de informática, por el camino algunos se acercaban hacia mí para contarme con ilusión sus travesuras domésticas del día anterior. Me cogían de la mano, me llevaban a su lado, me contaban sus historias... ¿acaso será que no quieren que me vaya? Eso espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario