miércoles, 23 de febrero de 2011

Yo soy

Como bien sabéis no es la primera vez que os hablo de los seminarios de seguimiento que vamos cursando todas las semanas. Estos están pensados, propuestos y diseñados desde la Escuela Universitaria. En ellos, tratan de hacernos entender que la educación y el magisterio está sujeto a determinadas claves y variables que se alejan de lo racional y objetivo y están fuertemente enraizadas en la dimensión emocional y afectiva de las personas.

Cada semana hacemos una práctica donde lo emocional, lo vivencial, es el nexo que enlaza nuestra experiencia escolar semanal en las aulas con las emociones y sentimientos que allí hemos descubierto. Así nos hacemos conscientes de todo lo que sucede en nuestro interior y podemos emplear todo este potencial interior en ser mejores maestros. Aprender a gestionar las emociones es una fantástica forma de profundizar en nuestra profesión y a la vez es el mejor modo de contactar y empatizar con el alumnado.

Ayer realizamos la tercera de las prácticas. Consistía en relajarse profundamente, cerrar los ojos, ponerse cómodos y repetir una y mil veces la sentencia "Yo soy, yo soy, yo soy...". Una y otra vez, durante todo el tiempo que durase la experiencia, repetitivamente, mientras escuchábamos suavemente una melodía que facilitaba la concentración.  Posteriormente al terminar el ejercicio, debíamos dibujar un círculo en un papel y a modo de quesitos ir haciendo particiones, porciones donde escribir aquello que hemos sentido que somos. Miedos, deseos, emociones, sentimientos, frustraciones, limitaciones, egoísmos, etc. Todas y cada una de las cosas que habíamos sentido durante la tarea.

Curiosamente, si a nuestro "mapa" interior le superponemos el "mapa" de nuestros alumnos, de otros docentes, de otros compañeros, podremos comprobar como todos presentamos las mismas áreas emocionales, los mismos sentimientos, independientemente que el peso de cada una de ellas tenga en la configuración final de nuestra personalidad.

Ayer, salí del seminario radiante y emocionado, pero también sereno, reflexivo y hasta un punto melancólico y visceral. Mil ideas surgían en mi cerebro y de haber dispuesto de boli y papel aún seguiría escribiendo aquella orgía de sentimientos. Quería comerme el mundo, cambiar de actitud, hacer cosas nuevas, arriesgarme a cambiar mi forma de ver la realidad. Sin embargo sentía pena, melancolía, tristeza y hasta dolor. Dejar de ver a mis chavales se me va ha hacer un plato difícil de digerir. La mirada de "Pepita", los gestos de "Manolito", cuando "Josefita" me cogió la mano y me llevó hasta el aula para enseñarme el dibujo que tan felizmente había hecho la tarde anterior. Todo aquello que ahora estaba en mis manos, todo aquello que me llenaba de placer, del placer que dan las cosas que sabes que jamás se van a repetir, en unos días desaparecerá de mi vida y me veré abocado a volver al mundo gris, triste y apagado de mi trabajo habitual.

Ayer tenía muy claro todo aquello que quería escribir, sabía perfectamente que había sentido, con qué lo había relacionado, cómo iba a actuar, en qué iba a cambiar mi vida, mi forma de dar clases, mi realidad escolar.

Ahora, escasas horas después ya no puedo recordar. Tan solo sentir. Solo un tremendo poso queda en mi interior. Un dulce resabio del néctar de la escuela, un rintintin que recorre mi espalda y me dice que ahora sí, que ahora soy feliz, que he encontrado mi camino y ahora sé lo que quiero ser.

Pensar en "Yo soy" fue como construir mi personalidad partiendo de cero, crecer, conocerse a uno mismo, identificar el molde con el que estamos hechos, la pasta que llevamos en el interior. No puedo callarme todo lo que llevo en dentro, debo ser capaz de aprender a enseñar a mis alumnos que ellos también son seres únicos, especiales, irrepetibles, repletos de emociones y sentimientos, de miedos y frustraciones. Debo dejarles crecer y madurar, enseñarles a pensar, a ser críticos consigo mismos, a tener criterio, a generar opiniones y ser consecuentes con sus decisiones.

Solo quien cree en sí mismo es lo suficientemente valiente como para tomar en la vida decisiones acertadas. No hay que olvidar los contenidos actitudinales ya que cada individuo, cada persona es él y sus circunstancias, y estas circunstancias están determinadas por nuestros propios comportamientos y actitudes. Los niños, mis niños, no son más que una extensión de mi mismo, lo que haga con ellos, me lo estaré haciendo a mí mismo. Es como una sinuosa y enorme escalera al interior de uno mismo que todos tenemos que recorrer personal e intransferiblemente. Pero no en solitario, todos merecemos encontrar a alguien que crea en nuestras posibilidades y nos tienda la mano necesaria para crecer y madurar. Todos llevamos dentro el recuero de ese “maestro” que un día mirándonos a los ojos nos enseño cual era el camino.

No quiero hacer una memoria convencional, no quiero ser un maestro convencional. Quiero encontrar mi senda, mi estilo, madurar día a día con cada experiencia, con cada situación, en la escuela, en la vida, como maestro. Y para todo ello, sé que lo emocional y lo afectivo, la dimensión humana, es la clave de esta profesión.

Tan solo espero que mis palabras ayuden a otros a reflexionar y a descubrir en su interior todo lo que lleva en su dentro. Yo Soy... Maestro.

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