viernes, 25 de febrero de 2011

Crónica de una despedida anunciada...

Hoy es uno de esos días en los que a priori no se me ocurre ningún argumento potente sobre el que reflexionar. La mañana ha transcurrido con su agitada normalidad. Las rutinas, las tareas, las carreras y el alboroto en las aulas ha sido el de todos los días. Quizás el bullicio y nerviosismo ha sido algo más intenso por encontrarnos a las puertas de otro largo fin de semana. Los chavales estaban emocionados y contentos, deseosos de que fueran las dos y media de la tarde para irse a sus quehaceres, prepararse para ir al pueblo con sus padres, bajar de compras a la Ciudad, jugar con los amigos en las eras del pueblo o simplemente estar en casa con sus familias.

El caso es que hoy ha sido uno de esos días en los que se puede saborear el dulzor de la docencia. Es como una suave brisa veraniega que te alcanza sin apenas darte cuenta pero que te hace disfrutar de todo el placer de las tardes estivales. Así me siento hoy. Ya no pienso en tareas, ni castigos, ni en corregir deberes, ni en cuidar mi voz al impartir clase, etc. todo, surge de forma natural y espontanea. Y el lento e inexorable devenir de las sesiones va fluyendo calmada y relajantemente de una actividad a otra, de una propuesta a otra. ¡ Es un placer vivir así !

 Al final me he encontrado con el grupo, y lo más importante, ellos me han encontrado a mí. Me quieren y me respetan, me lo dicen, incluso alguno busca mi mano, mi mirada de complicidad, regalándome sonrisas de cariño, palabras de afecto que van directas a mi corazón. Todos sabíamos que llegaría el día en el que me tendría que ir, pero hoy, a las puertas de ese momento, todos desearíamos poder seguir muchas mañanas más. Aprendiendo cosas nuevas, compartiendo consejos y recomendaciones, formándonos en valores, descubriendo lo que realmente significa el respeto, la tolerancia, la amistad. Miles son los contenidos que los maestros debemos enseñar.

Hoy mis niños se han echado en mis brazos buscando mi cariño. Saben que me voy a ir, saben que ya no estaré mucho más tiempo entre ellos. Y a mí me han convertido en el maestro más feliz del mundo. Sus inquietas cabecitas se han propuesto regalarme un mural de dibujos, elaborado con sus jóvenes e inexpertas manos y repleto de garabatos, recortes y adhesivos. Incluso alguna "be" aparecerá por "uve". Pero no me importa, para mí es gloria bendita. Querían guardarlo en secreto, que fuera una sorpresa. Pero la emoción les puede y quien más quien menos corre alocadamente a contarme el secreto que tan celosamente guardan, entre los gritos y las arengas de sus compañeros, que les interpelan para que controlen sus corazones inquietos.


Hoy ha sido el comienzo de una muerte anunciada, la crónica de una despedida. Hoy he sentido pena y frustración por tener que dejar tanto y tan bueno. Hoy he sido feliz en el aula, con mis niños y niñas. Hoy me han dejado ser maestro. Gracias a todos ellos por todo lo que he aprendido y disfrutado a su lado.

No sé que más contar. El próximo lunes volveremos con la rutina. Con los exámenes de tablas, el concurso de números, las dramatizaciones de lengua, la sala de informática, el bibliobús, los recreos en el aula castigados por no hacer las tareas, las risas y carreras por los pasillos, etc. El lunes volveré a darles clase de mate, de lengua, de cono o de lo que sea menester. Pero el lunes, al igual que durante el día de hoy, todos volveremos a sentir ese dulzor amargo de las despedidas anunciadas.

Como le dije a mi tutora antes de marcharnos a casa... Si me dejaran venir, vendría hasta gratis porque el auténtico valor de este trabajo no es la paga mensual, sino las toneladas de emoción, cariño y felicidad que uno obtiene de sus alumnos. Os puedo asegurar que el que ha probado esta miel no quiere otro manjar.

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