martes, 22 de febrero de 2011

Los 5 fantásticos

No quiero parecer descortés ni burlarme del saber hacer de un compañero. Más si cabe cuando soy consciente del esfuerzo, dedicación y tiempo que está suponiendo tutorizar mi trabajo. Sé que asumir un alumno en prácticas supone un acto de generosidad que ni está recompensado por parte de la administración ni es suficientemente valorado por parte de los estudiantes universitarios. Sin su consejo, su apoyo, su respeto y confianza muchas de las cosas que he hecho en este Practicum no habrían sido posibles. Así pues, vayan de ante mano una vez más mis más sinceras y humildes gracias a Ana, la persona que me está acompañando día a día en mi estancia en la Escuela.

Sin embargo, esta gratitud que con sinceridad me complazco en reconocer  no es óbice para poder formarme y expresar una opinión, un criterio, que en algunas ocasiones no tiene por qué coincidir con las prácticas educativas observadas en clase. Quizás, precisamente por esto, abrir las puertas del aula y permitir que un foráneo entre a ver lo que haces, a estudiar la forma que tienes de trabajar con los niños, conlleva una dosis de riesgo que uno debe asumir. Cuando Ana generosamente me ha permitido estas a su lado debió ser consciente de que voy a ver, a observar, a analizar, todo aquello que hace o deja de hacer con sus alumnos. Lo bueno y lo no tan bueno.

Así pues, después de varias semanas en las aulas empiezo a formarme un criterio, un modelo, una forma de pensar y de proceder que determinará el tipo de maestro que seré en el futuro. Ese conjunto de ideas, opiniones, convicciones o circunstancias determinarán el modelo, el estilo de maestro que seré. Y en ese sentido, hoy se han dado situaciones y comportamientos por parte de mi tutora que, con todos mis respetos y todo mi afecto, ni comparto ni apruebo.

El suceso en cuestión gira en torno a la evaluación del tema ocho de matemáticas que hemos tenido hoy. Personalmente creo que no se puede exigir a unos niños de siete años que dediquen más de tres horas y media a completar un examen de veintiocho ejercicios que contiene en su interior más de setenta sumas o restas grandes (de números de tres cifras). ¡Hasta yo, que soy el maestro, me aburriría si tuviera que estar tanto tiempo sentado, descentrado y sin moverme, haciendo sumas y restas! ¿Qué sentido tiene hacer tanto cálculo, tanto problema, tantos ejercicios?

El alumno que sabe restar y sumar, después de tres horas de esfuerzo será incapaz de distinguir un seis de un tres. Y por otra parte, el niño que no supera el cálculo matemático, hará mal la primera y la última cuenta. Eso si no se cansa y lo deja al tercer intento.

 En cualquier caso la propuesta está, a mi entender (y soy consciente de que soy un simple y humilde aspirante a profesor) está muy alejada de las posibilidades de realización del grupo. No por su complejidad, sino por el exceso de volumen de trabajo al que se está sometiendo a cada niño. Siguiendo los postulados de Lev Vygotski la propuesta está demasiado alejada de la zona de desarrollo potencial del niño. Y fundamento esta reflexión en el hecho de que la mayor parte del alumnado abandonó la tarea en cuanto se dio cuenta que era incapaz de realizar tantas cuentas en el tiempo marcado. Así pues, era curioso observar como alumnos que habitualmente trabajan a buen ritmo y con buenos niveles de descentración desconectaron de la tarea y se dieron al abandono transcurridos sesenta o setenta minutos. ¡Qué lástima!, ¿verdad?

¿Cuál fue la solución buscada por la tutora? alargar el tiempo disponible para que todo el alumnado pudiera acabar el examen. Hasta tal punto que después ocupar la sesión de Conocimiento del Medio y de emplear la sesión de Lengua había alumnos que aún no habían terminado el examen. Estos, cansados, miraban al cielo, se les caía la goma, el lápiz, el cuaderno, el estuche, la ilusión. Algunos se levantaban constantemente, otros querían ir al baño, algunos se ponían a pintar, y otros se tiraban al suelo a jugar con las peonzas. De todo hay en la viña del señor. Al final, los alumnos que seguían sin terminar su examen fueron llevados a otra aula para que pudieran continuar con la tarea.

Y allí estaba yo, sintiendo pudor y tristeza por mis chavales. Solo en el aula, tan solo con los 5 fantásticos que habían sido capaces de terminar este tremendo examen dos horas después de haberlo comenzado. ¿Qué podía hacer yo? Os aseguro que cuando sea maestro, no caeré en este error.

Si dedicamos unos instantes a reflexionar sobre el tema uno puede darse cuenta que esto tiene repercusiones que van más allá de alargar el tiempo de trabajo hasta que todos terminen la tarea.

 En primer lugar resulta obvio que dedicar toda una mañana a hacer un examen es una auténtica exageración. No solo por el volumen de tiempo empleado, sino porque es un tiempo precioso que se podía haber empleado para elaborar otras propuestas, otros aprendizajes. En segundo lugar, estamos inculcando al alumnado una filosofía de trabajo que pondera los resultados inmediatos sobre los aprendizajes experienciales y/o actitudinales. Se busca el resultado, la ficha, la tarea, el ejercicio. ¿Dónde queda el tiempo para la reflexión, la crítica, o la experiencia? En tercer lugar al alejar al niño de su zona de desarrollo próximo le estamos avocando al fracaso, a la desidia, al abandono. Estamos alienando el sentido de los contenidos que queremos enseñar y lo estamos convirtiendo en herramienta de castigo, de rechazo, de repulsa. “¡¡O haces las restas o te castigo!!”, ¿Cómo?Haciendo más restas”. (sería gracioso si no fuese cierto).

Nuestra tarea como docentes debería basarse en ser capaces transmitir un conocimiento al alumnado para que este lo asuma como propio y lo convierta en su propio saber, dentro de un ambiente de afecto emocional, de respeto, de cariño y de trabajo. No podemos dejarnos llevar por la comodidad del resultado inmediato, de la ficha, del cuadernillo. Hay que ir más allá y siendo creativo buscar la mejor forma de acercar el contenido al alumnado sintiendo, gozando, vibrando con aquello que estamos explicando en clase.
Lo triste de esta historia es que al final los maestros estamos construyendo un modelo educativo donde lo que prima son los resultados inmediatos, el consumo masivo de contenidos, la fabricación en masa de estudiantes bien aleccionados y estandarizados listos para sumergirse en una sociedad que valora a sus ciudadanos por el tamaño del coche que conduce.

Yo creo que la Escuela debe ser algo más que un sitio donde tan solo los niños fantásticos, mis cinco fantásticos puedan estar y sentirse felices.

Con todo mi respeto y afecto, creo que esta vez nos hemos equivocado.

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