lunes, 14 de febrero de 2011

Al 120 %

¿Quién dijo fácil?

Si plantarse delante de una veintena de niños impresiona por si solo, mucho más conseguir que todos y todas construyan un contenido, un saber que llevarse a la boca. Tan ardua tarea requiere control personal, equilibrio, don de gentes, saber gestionar espacios, recursos, ritmos de aprendizajes, etc. En definitiva, ser capaz de construir en el aula un ambiente que permita a los niños desarrollar procesos de enseñanza y aprendizaje adaptados a sus necesidades. Todo ello requiere el 120 % de entrega, dedicación, cariño y conocimientos.

¿Cómooorrr?
Se suele decir que "el que vale que trabaje y el que no que se dedique a enseñar". Esta es una de las numerosas alocuciones que popularmente se emplean para desmerecer la profesión de maestro. Es más, particularmente me ocurrió hace ya muchos años, que un ilustre consejero del Gobierno de la Comunidad Autónoma en la que vivo, que antes de consejero fue Rector de la Escuela de Ingenieros Superiores, me hizo un día la siguiente reflexión cuando le solicité que me concediera un "año de gracia" por motivos familiares para poder seguir estudiando ingeniería: <<Alguien como tú no está en condiciones de ser ingeniero, aprueba Magisterio, que para eso hasta el más tonto vale y cuando lo saques te vienes por aquí y te dejaré volver a matricularte.>>

Si para alguien de tan altas instancias la profesión de maestro le merece tal opinión.. ¿qué podemos esperar de la opinión pública?. Bueno, pues el caso es que cual equivocados están todos aquellos que no conocen la profesión y opinan desde fuera sin pararse a pensar la repercusión de sus palabras.

Esta mañana no me he levantado bien. He dormido mal, el catarro, la fiebre y el peque me ha impedido descansar. Y cuando me he presentado en el aula, mis ojos y mi cabeza estaban a punto de estallar. Con semejante panorama me he tenido que enfrentar a una clase de veinte niños de siete años, alocados e inquietos por el fin de semana y que no tenían la más mínima intención de quedarse tranquilos en sus sillas atentos a mis explicaciones.

En estas circunstancias... ¿Cómo conseguir crear un ambiente de trabajo en el aula que permita a cada niño construir su propio aprendizaje? La respuesta está clara. Dando el 120 % de uno mismo. No hay trabajo u oficio que exija atender a tantas variables, y tan cambiantes, simultáneamente. El médico sabe con certera precisión por donde debe dar el corte, el ingeniero calcula con exquisita rapidez las variables que sustenta la estructura, el piloto conoce a qué debe atender para llevar la nave a tierra.. pero el maestro. Los maestros.. ¿en qué debemos fijarnos?. ¿a qué variables debemos atender?, ¿acaso es ponderable, calculable o medible la respuesta que un niño tendrá frente a un determinado estímulo?, ¿responderá el mismo niño de la misma manera el día siguiente, la próxima semana, el siguiente mes?, ¿acaso no es cierto que algo tan simple como que la lluvia impida salir al recreo ya puede alterar la conducta y el comportamiento de los escolares?


Estas y mil cuestiones más me surgen a la hora de valorar mi trabajo en la escuela. Muchos creen que levantar un edificio, construir un puente o fabricar aviones es tarea harto compleja. Cláro que lo es. Y gran mérito que tiene. Ahora bien. Esta mañana, habría sido feliz si a pesar de mi tremendo dolor de cabeza alguien me hubiera dicho las cinco (o las cinco mil) variables a las que debía atender. No hay truco, no hay manual. O ¿acaso los niños vienen con manual de instrucciones?. Ser maestro es más que una profesión, es un arte que requiere esfuerzo, conocimientos, autocontrol, capacidad de análisis y adaptación, fe un uno mismo y en sus alumnos y sobre todo mucho, pero que mucho amor.

Por todo ello, no me sirven comparaciones, no me sirven discusiones. Ser maestro, ser un buen maestro, es un don, una vocación que no todos los que están en la escuela saben apreciar. Por eso, por todo eso yo quiero trabajo cada mañana por ser maestro, un buen maestro.

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